domingo, 1 de agosto de 2010

Franz Kafka - Una cruza

Tengo un animal muy singular, mitad gatito, mitad cordero. Es parte de las posesiones de mi padre que recibí en herencia; pero sólo desde que está conmigo se ha desarrollado; antes era mucho más cordero que gatito. Ahora, en cambio, se presenta con ambas naturalezas muy equilibradas. Del gato la cabeza y las uñas; del cordero el tamaño y la figura; de ambos los ojos, llameantes y salvajes; el pelo, suave y corto; los movimientos, que tanto pueden ser saltarines como despaciosos. Al sol, sobre el antepecho de la ventana, se hace un ovillo y ronronea; en el prado corre como un loco, y apenas es posible echarle mano. Huye de los gatos, y le gusta atacar a los corderos. En las noches de luna son los tejados su lugar de paseo preferido. No puede maullar, y le repugnan las ratas. Ante el gallinero puede estarse echado horas enteras, al acecho; sin embargo hasta el momento jamás ha aprovechado oportunidad alguna de cometer un hecho de sangre.

Lo alimento con leche dulce; es lo que mejor le cae; la sorbe a tragos largos por entre sus dientes de fiera. Naturalmente es todo un espectáculo para los niños. Los días de visita son los domingos por la mañana. Yo coloco al animalito en mi regazo, y los chicos de todo el vecindario se paran a mi alrededor. Entonces se formulan las preguntas más inverosímiles, preguntas a las que nadie podría contestar: por qué existe un animal semejante; por qué soy yo precisamente quien lo tiene; que si antes de él ha habido ya algún animal así, y qué pasará después de su muerte; que si se siente solo; por qué no tiene cría; cómo se llama, etcétera.

No me tomo la molestia de contestar, sino que me reduzco a mostrar, sin más explicaciones lo que poseo.

A veces los niños traen gatos consigo; una vez llegaron hasta a traer dos corderos; pero, contra lo que esperaban, no se produjeron escenas de reconocimiento; se miraban mutuamente con ojos de animales, y resultaba evidente que cada uno aceptaba la existencia del otro como una realidad dispuesta por Dios.

En mi regazo el animal no conoce miedo ni apetitos persecutorios. Acurrucado contra mí es como mejor se siente; está apegado a la familia que lo crió. No se trata de una fidelidad fuera de lo común, sino del auténtico instinto de un animal que tiene sobre la tierra innumerables parientes políticos pero quizá ninguno consanguíneo, y para el cual, por este motivo, la protección que ha encontrado en nosotros es sagrada.

A veces no puedo menos que reírme cuando me olfatea, se desliza por entre mis piernas y no hay modo de separarlo de mí. No contento aún con ser cordero y gato, casi que quiere ser, además, perro. Una vez que yo –cosa que puede ocurrirle a cualquiera- me encontraba en un callejón sin salida en mis negocios y en todo lo relacionado con ellos, quería abandonar todo, y en tal estado de ánimo estaba en casa echado en el sillón-mecedora, con el animal en el regazo, al bajar por casualidad la vista, noté que los enormes pelos de su barba goteaban lágrimas… ¿Eran mía? ¿Eran suyas? ¿Es que aquel gato con alma de cordero presumía también de humano? No es gran cosa lo que heredé de mi padre, pero esta parte de la herencia es algo como para lucir.

Siente en sí las inquietudes de ambos: las del gato y las del cordero, por más distintas que sean; por eso siente que su pellejo le queda chico.

A veces se sube de un salto al sillón, se ubica a mi lado, apoya con fuerza las patas delanteras en mi hombro y mantiene su hocico pegado a mi oreja. Es como si me dijese algo; y, efectivamente, después se inclina hacia adelante y me mira a la cara, para observar qué impresión me ha producido lo que acaba de comunicarme; y yo, por complacerlo, hago como si hubiese entendido algo y asiento con la cabeza. Entonces salta al suelo y bailotea en torno de mí.

Para este animal quizás el cuchillo del carnicero fuese una solución, que, sin embargo, tengo que negarle por tratarse de algo heredado. Por eso tendrá que esperar a echar por sí solo el último suspiro, por más que a veces me mire con ojos humanamente inteligentes que parecieran incitarme a proceder con inteligencia.


Transcripción de Relatos completos, T. II (Relatos póstumos)

Trad.: Francisco Zanutich Gómez

Buenos Aires, Losada, 1981

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